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La pinacoteca de los días

Entre parada y parada, entre pantalla y pantalla transcurre mi vida. Cuando uno fluye como un elemento más que lleva las corrientes que impone el tiempo, uno se convierte en la gota agua caída durante la lluvia, en la hoja que mece el viento. El desprenderse de los lastres del pasado se convierte en una ardua tarea. Y pese a sentir estar viviendo en pos de la consecución de mis sueños, siento que no haya las luces que me indiquen el verdadero sentido de los mismos, para emprender el único y auténtico.

Ahora que mi corazón parece haber cicatrizado, puedo notar que en el proceso se ha metamorfoseado en piedra, una piedra que pide salir de su caja para caer al suelo y dejar de pesar. Ahora que la certeza de que el amor no llamará a mi puerta, quizás para siempre, no tendría porqué preocuparme de ser tachado de la lista de ese programa vital, dirigido por las cadenas de ADN que nos gobiernan. Parece que la genética no me otorgó la carcasa perfecta ni tampoco el programa más idóneo de acción de conquista amorosa. Por tanto, me veo relegado de ese proceso. Esta conclusión me aterraba y me amargaba la vida, como la sangre que se ve inundada por un veneno y no puede hacer otra cosa que dejarse vencer y lanzar señales de dolor. Esos tiempos creo haberlos dejado atrás. Sólo la actitud del guerrero que no tiene nada que perder, me permitirá sobrevivir en este caótico mundo, emanado de la mente más perversa del universo.

 

La frialdad del mundo que me rodea me empuja a luchar, a superar las barreras más canallas. La gente seguirá insultándome y mostrando desprecio, pero eso es algo que no puedo cambiar. Sólo aquellos que sean respetuosos serán mis aliados en las mejores empresas. Llega un momento en que por muchas heridas que te quieran infringir, ya no te afectan tanto, ¡ya no sangran tanto esas heridas!; algo al menos parece ser distinto. Entre los sonidos y las sombras del transcurso de las horas, fluyo como el agua, como esa agua que bendice los campos, como ese agua que da vida.


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