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La pinacoteca de los días

Fotografía Artística

Entre aceras, edificios y el transitar de la vida

Entre aceras, edificios y el transitar de la vida

Cuando hay momentos en que la oscuridad nos corroe hasta el aliento, es ese el momento en el que es necesario despojarse de la misantropía propia del apartado-marginado, y dejarse guiar por la gracia y las ganas de vivir que te presta una mano de una risueña chica, ella será tu guía. Para tu sorpresa te descubre lugares cercanos a tu atalaya de exclusión, que tu nunca tuviste la ocasión de pisar por iniciativa propia, sólo ese pequeño hecho ya hace prometer que no habrá aburrimiento. Entonces surcando a gran velocidad de una punta a otra de la ciudad, nos paramos es momento de dejar que ella te muestre a otros compañeros de aventura, no es momento de zarandajas, es momento de ser humano y relacionarse como lo haría normal, una sensación extraña te recorre por unos momentos la oscuridad desaparece, algo de luz que se convierte como el agua para el sediento, un bálsamo necesario.

 

Nuevas caras, no es problema una fotografía mental, y estarán en mi memoria para siempre, podré reconocerles aunque sea para decirle hola en cualquier momento y lugar, ya sea mañana o dentro de 20 años; pasamos a los nombres, eso es otro cantar seguramente se borraran, sin embargo, uno de ellos se me queda grabado, es la amiga de mi guía, destaca por su gracia salerosa, transmite ganas de vivir, es momento de sonreir, esa chica me demuestra que hay esperanza en forma de mujer. De nuevo movimiento, esta vez nos desplazamos a pie, pero no hay problema alguno, el Sol nos ilumina y nos irradia energía hay que disfrutar este día. Es momento de reponer fuerzas, los suministros alimenticios son un complemento energético ideal.  Más tarde, mas trasiego, las calles se hacen laberintosas antes de llegar a la avenida, tropeles de gentes se mueven con gracilidad aún es trempano, parece como si todo el mundo quisiera fuerzas, y a la vez estar atento al canjeo de eso que llamamos dinero por bebidas espirituosas, es momento de pasar al siguiente estadio, no hay lugar para andar con elucubraciones, la acción es rápida y directa, cada uno busca el elixir más acorde a su gusto, me decanto por la milenaria bebida dorada, otros optan por una bebida más semejante a la sangre cuya combinación puede ser caprichosa.

 

Pasa un tiempo, la sombra cerca del puerto en un lugar alargado, se muestra como un lugar preferente para asistir al carnaval que pronto dará comienzo. Es momento, de despojar a los elixires de sus envolturas y transpartarlas a nuestros cuerpos, hará más llevadera la espera. Tras varias horas, centenares de carcasas humanas van copando el alargado espacio, poco a poco el tránsito de vehículos de combustión de hace más difícil, las fuerzas de control hacen acto de presencia, este tipo de actividad no está del todo permitida, pero no ocurre nada, la pseudo-anarquía deja paso al decadente carnaval humano.  Sin embargo, algo hace aquello medianamente soportable, mi guía se despoja de la máscara y asisto atónito al desplieqe de su verdadera forma de ser, no cabe duda que la calle es otra gran escuela, para aprender sobre los humanos, y más si estos nos son conocidos. Mi guía y sus acompañantes hacen divertido el parlamento, se oye cosas, fluyen historias, chistes, ideas, atracciones, en fin, algo de esperar. Pasa un tiempo, el espacio se hace minúsculo, no cabe ni un alma más, se puede colgar de una farola el cartel de completo. Desfortunadamente, unos esbirros del odio y la inferioridad se percatan de mi presencia, deben oler mi actividad cerebral más allá de los exilires y el fluir hormonal del ambiente, se percatan de que no soy un habitual, empiezo a estar en peligro. Su presencia se hace más presente, cuando se plantan ante mí y me increpan con afirmaciones bastardas, es en ese  estallo por dentro, han activado mi lado animal, mi presión arterial y mi pulso se aceleran de tal manera que se refleja en mi faz. Y cuando preveía que la lucha sería encarnizada y casi fatal, mis compañeros me hacen desistir, me advierten de que solo son unos despojos humanos sedientos de protagonismo y gresca, entonces les planto cara no me achanto, no hay nada que perder. Seguirán con su burlesca actitud durante un rato, afortunadamente su primitivismo les hace fijarse en las féminas como si estas fueras estúpidas y no se dieran cuenta de que son unos despojos. Al final, desaparecen para que esta vez, no se van con lo querían, notoriedad.

 

Finalmente, tras muchos trajines de calle arriba y calle abajo, llega la oscuridad y con ella lo grotesco, el lugar está lleno de basura, los exilires se han convertido en botes vacíos, y en ríos de líquidos negros, aquello se asemeja a una pozilga humana, es momento de partir, el experimento social ha terminado, es momento de volver a la atalaya. De nuevo, nos movemos con virtuosismo por las calles, cortadas por las fuerzas de represión, los rodeos se hacen inevitables. Finalmente llegamos a la estación donde cogeremos otro transporte esta vez de vuelta. Mi parada llega ante que la de ellos, ya que como suele, pasar soy el artista invitado, y pertenezco a un lugar distinto al del resto del grupo, me despido de ellos, no sé si los volveré a ver algún día, al menos, me queda la certeza de que mi guía volverá ante mi a la semana siguiente, con nuevas historias que le habrán sucedido, desde el momento del hasta luego en inmensa estación.  

Drop

Drop

¿Qué hacer cuando la vida te hace preguntas que para ti nunca han tenido sentido? Todo eso que debería ser de otra manera y que tú nunca terminas de asumir que nunca han sido ni serán (por mucho que te esfuerces o por mucho que lo intentes) de otra manera. A veces, cuando estoy sentado en el sofá verde lleno del polvo de una habitación que se vuelve grisácea y umbrosa a medida que se agota mi tiempo, siento como algo dentro de mí empequeñece, algo que debería estar junto al corazón y que ningún libro de anatomía sabe identificar. Es como si ese algo se moviera dentro y se alimentase a sí mismo de otra cosa que lo hace empequeñecer, y a su vez segregara dentro de mí una substancia amarga y triste, que se me sube por la garganta y los oídos, que me carga el pensamiento y que finalmente se me acumula en los ojos y golpea con violencia unos lacrimales que están al máximo de su capacidad. Y una gota, que muere mientras avanza, se transforma en la mensajera de ese algo que me inunda y me desborda, aquello que me recuerda que a ti no volveré a verte mañana, que a ti te he perdido y que a ti no te volveré a amar nunca más.

Alma en la costumbre huyendo del sofá

Alma en la costumbre huyendo del sofá

Cuando cae la tarde, a mi alma le da por darse un paseo. Ya saben, la inercia del que ha hecho algo durante mucho tiempo, y que luego se siente inútil si no lo hace. Así es la tonta de mi alma, que me hace levantarme de donde estoy sentado para andar sin un rumbo en mi mente y por un camino trazado en mi corazón. Los sueños esperan sentados en el sofá de color verde, triste, amargado y solo a que vuelva. Yo mientras, como el buen romántico idiota al que represento, siento la deliciosa necesidad de salir detrás de mi casa, a pasear entre tierra aplastada, adoquines por colocar y aceras urbanizadas. Dos lunas me alumbran la necedad, una intensa y artificial, que está colgada de una grúa a veinticinco metros, y otra triste, como robada de su torre de cristal, colgada del cielo. Las casas a un lado y a otro de la calle aún por asfaltar están desnudas, esqueléticas, en las vigas y en las placas de cemento de la segunda planta y el techo. Sin embargo todo es lo suficientemente familiar para mi alma. Esa sensación de haberse quedado en los huesos, y al fondo unos vigilantes en una garita de plástico que escuchan en la radio un programa donde la gente hace vomitar sus almas en antena. Siente frío.

 

Sin embargo, y mientras esas ruinas del futuro me acompañan, y no por mi voluntad, sino por la voluntad de un ignorante, mi alma gusta de pasear acera arriba y acera abajo, ahora que no la ha pisado otra huella, mirando las mil gamas de violetas que se recortan contra el horizonte arbolado de cultivo tradicionalmente artificial. Y sin desentrañar el pantoné de cada trazo de ese anochecer, mi alma piensa que te encontrará allí arriba, entre los violetas que nadie puede alcanzar. El infierno puede ser la oscuridad, o un sofá de color verde, triste, amargado y solo.

Corazón

Corazón

Te dejaré el corazón el la mesa del escritorio. Ya, ya sé que no te sirve para nada, que nunca te llamó la atención, que te estorbará en todas partes. Ya sé que nunca quisiste de mí que te lo enseñara, al contrario, todo lo que fuera llegar a esas alturas sobraba. Esa fue la condición, la advertencia a las puertas del cielo, un pase de temporada, un final inscrito en la primera caricia, en el primer beso. Nunca me engañaste, por eso mis oídos dan la espalda a todos aquellos labios fieles que se empeñan en llamarte de todo menos por tu nombre. Tu libertinaje ha sido definido con títulos algo vulgares por la oficina, eso lo sé desde que sé que existes. Lástima que yo sea el único que nunca lo ha considerado como tal, sino como una libertad propia de una mujer irrepetible, lo suficientemente única para convivir con un hombre a largo plazo, porque ninguno, al menos todavía, ha sabido estar a tu altura. A ti, princesa, los príncipes azules se te duermen a media faena.

 

Pero lo más irónico de todo esto es que sea yo el que mejor te conozca y en ocasiones, el que mejor te comprenda. Y si digo en ocasiones, es porque si te comprendiese de verdad hubiera prolongado mi billete de ida y vuelta a solo ida, y hoy no estaría dejándote mi corazón en un papel arrugado, para no mancharte de sangre el escritorio.

Fotografía de Patrik Parenteau

Fotografía de Patrik Parenteau

Foto publicada en Praca da Republica em Beja

 

Te veo marchar como a cámara lenta. Ya sabes, como esos largos planos cinematográficos de las grandes superproducciones de Hollywood que manan todas las emociones contenidas hasta ese momento en la película, todos aquellos sentimientos que la acción o el suspense desterraban de la película hasta ese momento.

 

Te veo marchar, si, como una de esas mujeres fatales de la novela negra, pero que en esta ocasión se han apiadado del hombre que la miraba con ojos de perro vagabundo, y sólo le hiere el  corazón desde dentro, sin ningún tipo de arma blanca. Y mientras te marchas, con ese caminar sinuoso y curvilíneo que te gastas sobre el tacón, tu bolso se contonea con el movimiento de tu brazo, adelante y atrás, suavemente. Completamente seguro estoy que ahí llevas el libro. Sí, ya sabes, aquella lectura que traías bajo el brazo cuando bajaste del avión algo pálida y triste, tal y como te vas ahora, con el aspecto de un ángel caído del cielo, pero que aún le quedaban fuerzas tras tan agotador viaje para enmarcar una sonrisa. Entonces me contaste como venías  desde un lugar que ya quedaba lejano, de pasar una época. Tú nunca te quedabas en el mismo sitio mucho tiempo, y aunque seas siempre la misma, nunca vuelves con la misma imagen.  Por eso yo desconfiaba de tu alegría. Pero no notabas mi desconfianza, o quizás la ignorabas, acostumbrada a recibir eso de  las personas. Al fin y al cabo no te quedarías para siempre. Nunca lo haces.

 

Cuando entramos en el taxi tú me enseñaste el libro que traías, un nuevo título que sumar a mis recuerdos, a la estantería de mi mente que sabe guardarlos con cariño del paso del tiempo, y que se materializa cuando los localizo en cualquier biblioteca. Pero nunca compro ninguno. Cuando lo quiero recordar, cuando te quiero recordar, lo saco de la biblioteca y cuando he recordado demasiado, lo devuelvo. Leímos juntos aquel libro que traías, renglón a renglón, página a página, capítulo a capítulo, sin prisa, pero sin pausa. Reímos y lloramos, nos sentimos valientes y cobardes, extrovertidos y tímidos, duros y sensibles. Nos sentimos protagonistas una vez más, una vez al año.

 

Y ahora que estás en ese vagón, un escalofrío recorre mi nuca porque sé que relees el final del libro pálida, con un aire de  tristeza, pasividad e indiferencia que te resultan demasiado familiares. Un nuevo destino te espera,  En las últimas líneas se puede leer:

                                

“ha llegado el invierno”